Si un estudioso de los
repliegues del alma tomara la obra pictórica de María Esperanza Londoño,
cuadro por cuadro en el tiempo, descubriría un proceso de reencuentro expresado
en colores.
Hay allí una obra-símbolo.
Significa ella la ruptura de unos linderos vitales demasiado estrechos, en
busca de un espacio amplio, con posibilidades de movimiento, con la libertad
de definir con lenguaje propio la concepción de la vida.
Pero no se trata de un
grito de rebeldía. María Esperanza no es rebelde. Es revolucionaria de una
revolución interna sin violencia. Tampoco pretende cambiar lo establecido. Sólo
busca ratificar y valorar lo existente, su pintura es la confirmación de sí misma,
es un punto de partida hacia muchas metas, poco a poco alcanzadas. Cada cuadro
de María Esperanza es un descubrimiento interior. El cual conlleva,
inexorablemente, a un redescubrimiento de lo externo, un entorno más amable de
lo que muchos quieren aceptar.
Unos pintores buscan
fama, otros dinero, aquellos aceptación. María Esperanza buscó la paz y la encontró.
Por eso pinta para sí misma. Pero, sin egoísmo, comparte lo que siente.
Alvaro Gartner-
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